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12 de mayo de 2013.- Capi en los 101 de Ronda
2013
PRIMERA PARTE: De lo que nos costó
llegar hasta la línea de salida
Despúes de varios meses de duro entrenamiento,
ahí estábamos Capi y yo engullendo nuestros respectivos bocatas de lomo y
tortilla de patatas en la estación de Atocha, esperando a que llegase el ALTARIA
que nos iba a trasladar a Ronda ciudad sin par, cuna de conquistadores y luz de
Andalucía, para enfrentarnos a lo que hasta la fecha iba a ser el más duro de
todos los retos a los que nos habíamos enfrentado estos dos jóvenes maduritos de
la siempre bien ponderada Asociación Atlética Puerta de Bisagra Toledana,
curtidos en mil y una batallas.
Acabábamos de montarnos en el tren cuando surgió el primero
de nuestros problemas, el enchufe. Nos habían asegurado que todos los trenes
llevaban enchufes para cargar los móviles y ahí estaba yo, de rodillas en el
suelo buscando al susodicho que no aparecía por ningún lado mientras Capi no
paraba de decirme “ahora no amooool que nos van a vel”, por lo que optamos por
apagar nuestros flamantes aifons quattro con tracción integral para tratar de
economizar las baterías todo lo posible.
No serían todavía ni las ocho de la
tarde cuando nuestros esculturales cuerpos se posaron sobre el andén de la bien ponderada villa de Ronda,
ciudad sin par y cuna de conquistadores, para dirigirnos con nuestras mochilas
al pabellón donde nos tenían preparados nuestro alojamiento en la mullida pista
de futbol sala. Tras retirar los dorsales, dejar las mochilas en los camiones
para recogerlas en Setenil (km. 58) y en el cuartel (km. 78), y tras firmar
autógrafos entre el numeroso público femenino que nos aguardaba, nos dirigimos a
la Alameda donde se encontraba la cena de la pasta y numerosos chiringuitos con
gran ambiente donde cometí mi segundo error, dejar que Capi se mezclase con sus
antiguos colegas y dar tiempo a que apareciese Alberto y el brillantina, los
cuales también participaban en la carrera al día siguiente y tenían una norma
que no era otra que emborracharse para no oír a las 6 de la mañana a los de las
bicis engrasando las cadenas. Estos dos caballeros legionarios consiguieron
medio mamarnos a base de invitarnos a cañas hasta pasadas las 23h y gracias a
una incursión valiente del Cabo Primero Lorite que nos sacó de la emboscada y
dejó a Alberto y al brillantina buscando bares para tomar copas y poder así
lograr sus objetivos.
Como decía gracias a Lorite pudimos
llegar al pabellón donde nos obsequiaron con dos lujosos espacios donde poder
extender nuestras colchonetas y como no, nuestros espléndidos sacos de dormir
última generación ¿verdad Capi?, aunque viendo como venía la gente de preparada
para la ocasión (colchonetas hinchables que no dudaban en inflar a la una de la
mañana, colchones de goma espuma, edredones, almohadas, sábanas…) no sabíamos si
íbamos a disputar una carrera ultra o un diez mil de Barbie y sus amigas. Una
vez hubimos desplegado toda nuestra logística sobre el suelo del pabellón, nos
encaminamos hacia los servicios donde queríamos dejar algún detallito a los
caballeros legionarios, pero cual sería nuestra sorpresa cuando comprobamos que
los servicios se encontraban precintados para tan magno evento, por lo que
tuvimos que salir a los urinarios portátiles que se encontraban dispuestos en el
exterior en cuyo interior resultaba del todo imposible dejar “constancia” de
nuestra presencia, por lo que después de realizar la micción de buenas noches,
nos dirigimos a las suites para disfrutar de la placentera noche entre
ronquidos, gente haciendo la ranita y como no, cientouneros hinchando su
colchoncito.
Sábado 11 de mayo, por fin después de
aguantar durante casi dos horas a los amigos del caballero leginario Alberto
engrasando las cadenas de las bicis y comprobando sus frenos, a las 7 A.M. en
punto nos obsequiaron con el quinto levanta armonizado a la corneta lo que nos
terminó de convencer de que no era momento para intentar seguir
durmiendo.
Nos levantamos y allí mismo
degustamos dos crujientes cruasanes con batidos de leche que habían viajado
desde Toledo con nosotros en las alforjas de Capi, y acto seguido nos medio
aseamos para buscar un bendito bar con taza del váter. Dicho y hecho, salimos
del pabellón decididos a buscar tan ansiado trofeo y tras andar no más de cinco
minutos por Ronda, ciudad sin par y cuna de conquistadores, apareció el bar de
la estación, que para nosotros fue el más hermoso de los oasis y allí que nos
plantamos. Mientras Capi pedias dos cafelitos para ir haciendo cuerpo, yo me
deslicé por los pasillos hacia el servicio de caballeros con mi papel higiénico
en el bolsillo, pero ¡oh, maldición!, el servicio no tenía taza, solo urinario…
salí cabizbajo hacía la barra donde se encontraba mi compañero de andanzas y
le confesé la realidad a la que nos
enfrentábamos. Cuando la desolación nos inundaba por todas partes, apareció la
solución delante de nuestras narices y es que otro corredor se escabulló y se
metió en el servicio de mujeres, dejando una huella imborrable que perduraría el
paso de los siglos. Una vez hubo salido el grafitero anteriormente mencionado,
Capi corrió raudo y veloz hacia el mismo sitio, ratificando que el amigo había
dejado allí su marca única y posteriormente haría yo lo mismo, dejando allí
nuestros cruasanes calentitos para deleite de toda la localidad de Ronda, ciudad
sin par y cuna de conquistadores.
Aunque no os lo creáis, después de
tantos avatares por fin nos preparamos las cosas fundamentales en las mochilas y
nos encaminamos gloriosos y con el peso justo en el cuerpo hacia el campo de
futbol, donde todavía nos tocaría aguardar más de una hora a que saliesen los de
las bicis con sus cadenas perfectamente engrasadas y colocarnos por la mitad del
nutrido grupo de más de 3000 marchadores, de los que a la postre no terminarían
algo más de mil, pero esos no íbamos a ser nosotros, porque nosotros si teníamos
claro algo es que íbamos a terminar… (continuará)
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SEGUNDA PARTE: De Ronda a Setenil y lo que te rondaré
morena.
A las
once en punto con estricta puntualidad militar, tras escuchar las arengas
del General y gritar los clásicos vivas, se produjo la salida de la prueba, la
cual nos tomamos tranquilamente según el plan establecido. El plan no era otro
que andar hasta la salida de Ronda, ciudad sin par y cuna de conquistadores,
para posteriormente correr sobre 5’30” todas las bajadas y el llano teniendo en
cuenta que las subidas la haríamos andando todo lo rápido que nos permitiesen
nuestras musculadas piernas. Efectivamente tras colocarnos por la mitad de los
más de 3000 marchadores nos pusimos a andar al ritmo establecido que fue sobre
8’40” el kilómetro mientras que cientouneros de todas las edades y sexos corrían
exultantes motivados por los aplausos del numeroso público congregado a ambos
lados de las calles, lo que provocó el típico comentario que nos íbamos diciendo
entre Capi y yo de “a estos los pasamos muertos en el cuarenta”, aunque la frase
tenía más de motivación que de otra cosa porque poco sabíamos de los que nos
aguardaba aquel soleado, que no nublado, sábado de mayo.
Salimos de la ciudad por unas bajadas
empedradas muy empinadas que nos iban presagiando lo que nos esperaba y a la
salida decidimos hacer una paradita para ponerme un compeed en el talón por si
acaso y Capi para echar una chorrita, que curiosamente y debido al calor ya no
volvimos a hacer uso de tan sagrada herramienta hasta la comida que sería casi
tres horas después.
Poco a poco se difuminaba la silueta
Ronda ciudad sin par y cuna de conquistadores a lo lejos, lo que indicaba que ya
nos tocaba correr, pero cual sería nuestra sorpresa al comprobar que no
conseguíamos hacerlo durante más de 30 segundos debido a la cantidad de gente
que había por los caminos y por si esto fuera poco muchos llevaban bastones lo
que nos impedía adelantarlos sin exponernos a sufrir una caída. Gracias a Dios
en el kilómetro 8 nos encontramos con la primera gran subida, corta pero dura,
que fue haciendo que se fuesen abriendo los corredores lo que nos permitió
correr como gamos de una vez por todas.
Fuimos parando cada 5 km
aproximadamente en todos los avituallamientos puestos por la organización y
siempre realizábamos el mismo ritual: yo me bebía lo que quedaba en la botellita
y la rellenaba del camión cisterna para luego reunirme con Capi en el
avituallamiento que solía estar unos metros detrás (y si tenía suerte no había
ningún caballero legionario de su época con el que recordar viejos tiempos y no
perdíamos más tiempo del normal), donde tomábamos dos vasos de agua y dos de
bebida isotónica junto con un cuarto de naranja que nos sabía a gloria bendita,
y así por todos los avituallamientos hasta el ansiado kilómetro
101.
Durante los siguientes kilómetros
todo transcurría placenteramente según nuestros cálculos que estaban estimados
en poder terminar la prueba en 18 horas y 30 minutos, y así hasta la hora de
parar a comer en el campo de tiro de las Navetas, donde por un lado Capi me
estuvo explicando con todo lujo de detalles como hacían maniobras allí y las
carreritas cuesta arriba que obligaban a dar a los que se giraban con fusil en
mano, y por otro lado lo curioso que era ver a gente recortar, ¡si recortar en
una curva 60 metros! que digo yo “para qué coño vienen estos imbéciles a la
prueba para decir que han corrido 101 km si van recortando en la primera curva
que se encuentran”, en fin, es que también en las carreras ultras hay tontos
como en todas partes. Pero no querría llegar a comer sin mencionar antes a una
persona que nos marcó a lo largo de toda la carrera y que no fue otra que
ENRIQUE (si con mayúsculas), al cual pasamos por primera vez sobre el kilómetro
19 y es que ENRIQUE es un señor que calculo tendrá en torno a 70 años y se tira
toda la carrera andando a un ritmo de poco más de 8’ (cuestas incluidas) con un
pantalón corto, camiseta con su nombre, gorra y unos calcetines cortos también,
sin parar ni en los avituallamientos, por lo que en cuanto parábamos a hacer
nuestro ritual de hidratación nos pasaba de largo y sin decir
adiós.
Una vez realizadas las presentaciones
y adelantado ENRIQUE por primera vez, paramos en las Navetas allá por el km. 24
a almorzar lo que nos brindaba la organización que se trataba de un sándwich de
jamón york con queso y un donuts que nos entró de maravilla y nos permitió
descansar diez minutillos a quitarnos las zapatillas un rato amén de echar solo
unas gotillas después de todo lo bebido, aunque lo más curioso es que ya no se
volvería a mear hasta ¡¡¡el kilómetro 65!!! a pesar de beber litros y litros de
líquido elemento.
Una vez repusimos fuerzas nos
levantamos para andar al principio, no fuese que nos diese un corte de
digestión, pero observé que a partir de ese momento ya no iba tan ligero y las
piernas empezaban a notar el paso de los kilómetros y encima nos quedaba lo que
para mi fue la peor de las cuestas o muro mejor dicho, el que transcurría entre
los kilómetros 33 y 38 que se endureció debido al calor sofocante que hacía a
esa hora. Empezamos la subida y al cabo de un kilómetro paramos en el
avituallamiento para coger fuerzas, pero la subida fue lastrando nuestra fe y
cuando al fin dimos con la cima medio deshidratados, nos miramos pensando que no
podíamos correr en ese momento, que mejor seguir andando… ¡¡y todavía no
habíamos llegado ni al kilómetro 40!!.
La verdad es que no sé cómo pero
después de unos metros por fin pudimos arrancar nuestros cuerpos a correr y nos
dimos cuenta del gran alivio que suponía cambiar la rutina de andar por correr y
viceversa, lo que hace que como nunca en toda la prueba el perfil nos permitió
correr más de 5 km de seguido, nuestra piernas no nos castigaron tanto y esta
combinación de correr y andar no nos agotó. Por otro lado también nos ayudó un
poco la meteorología en este momento de la carrera, debido a que al poco tiempo
se nubló un poco el cielo y nos dio un descansillo que nos duró hasta Alcalá del
Valle allá por el kilómetro 52, tres mil
metros después apareció ante nosotros Huerta del Cura en la provincia de Cádiz
con su famosa salida de la localidad, una cuesta impresionante la cual aconsejo
que veáis en YouTube para haceros una ida.
Y así seguimos “andicorriendo” hasta
el kilómetro 59 que entramos en la localidad de Setenil de las Bodegas,
pueblecito precioso con casas enclavadas dentro de la montaña donde la gente
salía a aplaudirnos, y donde nos esperaba la cena y las mochilas con nuestros
frontales… y ahí pagamos la novatada de perder 45 minutos por culpa de las
mochilas, pero esto tendrá que esperar a la tercera
entrega.
Comida en el campo de tiro de Las Navetas Tori
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TERCERA PARTE: De la cagadita
de las mochilas al bufete en el cuartel.
Pues como bien contaba un párrafo
atrás pagamos la novatada que nos costó casi una hora en la clasificación
general, porque llegamos a la zona habilitada en Setenil de las Bodegas para el
avituallamiento y como ya es tradición me fui directo a rellenar la botella
mientras Capi departía amigablemente con un caballero legionario de color, una
vez sacié mi sed me fui a coger el clásico sándwich de jamón york junto con unas
tabletitas de chocolate y un suboficial me “invitó” muy amablemente a pasar a la
cancha de futbol sala a comer y ahí estuvo el fallo; en vez de avituallarnos y
dividirnos cada uno en una fila, uno para recoger la mochila con los frontales y
ropa seca y el otro para hacer cola en la también larga hilera de entrega de
mochilas, con lo que perderíamos solo 10 minutitos que era el tiempo justo para
comer como Dios manda y seguir rumbo al cuartel de la legión que nos aguardaba
20 km más adelante. Como decía el fallo fue importante porque si bien cené más a
gusto que el mismísimo marqués de “Vichyssoise” (vichisuás para los no
políglotas), cuando me dirigí a por la mochila estuve esperando y esperando
hasta que conseguí que la logística militar me facilitase tan preciado bien. Una
vez estuvo en mi poder me dirigí raudo a la segunda fila para entregarla
mientras sacaba los frontales ya que decidimos pasar de cambiarnos de
calcetines, calzoncillos o camisetas y en cuanto pudimos nos pusimos en marcha y
con tan mala leche que resultó que del 59 al 79 fueron nuestros mejores y más
fructíferos kilómetros, donde hasta incluso corrimos gran número de
cuestas.
A todo esto como bien habréis
supuesto, mientras estaba esperando en la primera de las colas, apareció nuestro
amigo ENRIQUE al cual le vimos departir curiosamente con unos conocidos que le
aguardaban para entregarle su frontal, el cual en tamaño nada tenía que envidiar
a la mismísima antorcha de la estatua de la libertad. Esa fue la última vez que
vimos a ENRIQUE… en este capítulo, claro.
Lo dicho, una vez conseguimos salir
de la encerrona de Setenil (el único pero a la organización de tan magno
evento), partimos raudos y veloces con destino al glorioso cuartel de la legión,
atravesando de nuevo algún que otro arroyo y parando en todos los
avituallamientos como siempre, donde después del puertecito situado entre los
kilómetros 63 al 70 apareció la noche que, casualidades de la fortuna, resulto
que el día anterior hubo luna nueva por lo que la ayuda de nuestros frontales
iba a ser imprescindible.
Seguimos con la misma rutina y
observamos que el dinero invertido en nuestros flamantes frontales de la marca
“Led Lenser H7” habían merecido la pena, porque si bien nosotros íbamos con
nuestras largas deslumbrando a las liebres que se asomaban por la orilla del
camino, los pobres diablos de los corredores que seguíamos pasando marchaban con
la triste luz de sus frontales comprados en el Decathlon, que no servían ni para
enhebrar el hilo de una aguja en la puerta de Alcalá.
Y así fue discurriendo el devenir de
la prueba, entre comentarios que nos hacíamos los dos sobre lo curiosamente
fuertes que nos encontrábamos a estas alturas de la prueba y las sombras que
íbamos haciendo con las manos en el suelo aprovechando la potente luz de
nuestros poderosos frontales, aunque si lo pienso realmente algo de factura si
debía pasar a Capi la prueba porque de sus manos salió la sombra de un corderito
mientras que desde sus labios salió un sorprendente
¡MUUUUUU!.
De esas y otras tonterías nos
veníamos ocupando cuando empezamos la bajar el puertecito del kilómetro setenta
y a mitad de la bajada, en plena noche cerrada, Capi cruzó con su brazo la luz
de mi frontal dejándome el suelo prácticamente a oscuras, para señalarme a mi
derecha dónde se encontraba el cuartel de la Legión hacia el que nos dirigíamos.
Yo bastante tenía con mirar al suelo para no torcerme un tobillo pero por
cortesía de un “ex marine” hacia un “ex legía”, miré con el rabillo del ojo
hacia mi derecha y le dije: “ah, muy bien”; pero parece ser que según se
acercaba a su antiguo cuartel donde debió de pasar nueve maravillosos años, se
venía creciendo y un minuto después volvió a dejarme sin visión cruzando de
nuevo su brazo por delante de mi luz para decirme lo mismo, esta vez ni
miré pero no debió darse cuenta. Como no
hay dos sin tres me volvió a hacer la misma jugada al cabo de un rato, pero
ahora si miré, le miré a el y le dije textualmente: “me importa una mierda el
cuartel, como vuelvas a cruzar tu brazo por delante de mi frontal te tiro ladera
abajo”. Como todos conocemos a Capi sabemos que esta clase de comentarios no le
merman lo más mínimo y lo poco que quedaba de bajada se lo pasó gastando la
broma del cuartel y el brazo...
Gracias a nuestro señor todopoderoso
la cuesta acabó y nos pusimos a correr hasta el cuartel, pero claro, una cosa es
llegar al cuartel y otra muy distinta entrar en el comedor ya que hay un
kilómetro aproximadamente hasta allí. Cuando llegamos al avituallamiento nos
dirigimos directamente a llenar las botellitas como siempre, y nos pusimos en la
escasa fila que había para que nos sirvieran un caldito calentito junto con un
arrocito tres delicias y salchicha estilo Frankfurt, un gran menú que en ese
momento no hubiésemos cambiado ni por los inigualables garbanzos con chipirones
de nuestro amigo Raulito del gran As de Espadas.
Como estábamos escaldados por lo de
Setenil, comimos rápidamente y nos dirigimos de nuevo a la salida del cuartel
sin coger mochila, por lo que corrimos toda la carrera con la misma camiseta,
calzoncillos, calcetines y pantalones, así que la gente podía situarnos en la
carrera por el olor que desprendíamos. Lo único que sentimos de esta decisión es
que no pudimos entrar en la meta con la gloriosa camiseta de nuestra tan amada
Asociación Atlética Puerta de Bisagra, que teníamos dobladita en la mochila del
cuartel para tan magna ocasión y que se quedó sin correr ni un solo
kilómetro.
Pues como siempre que comíamos
decidimos salir andando los primeros minutos por si se nos cortaba la digestión,
para dirigirnos a los tres puertos que nos esperaban en los últimos 22
kilómetros, incluida la cuesta del cachondeo como aquí la llaman… pero esta
historia tendrá que esperar a la cuarta y última parte.
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CUARTA Y ÚLTIMA PARTE: Esprintando en Ronda tras subir
tres muros.
Pues como bien iba contando salimos andandito a ritmo como era
costumbre por
una cuestecilla que nos sacaba del cuartel y nos mandaba
directamente a una
carretera, la cual curiosamente tenía algo de tráfico a
esas horas de la
noche. Circulábamos por el arcén separados por unos
conos hasta que nos
sacaron a un camino que iniciaba la primera de las tres ascensiones que nos
quedaban.
La subida era dura tal y como la esperábamos, y
sorprendentemente no nos adelantó nadie hasta la segunda subida, todos los de
los frontales del
decathlon iban cayendo ante nuestro raudo caminar, tal fue
así que a mitad de subida nos encontramos a ENRIQUE y su linterna cabecera
tamaño maxi, por lo que el subidón que nos dio fue tal que hasta ralentizamos
nuestro paso para departir amigablemente unos metros con D. ENRIQUE, ya que a
estas alturas de la historia se merece más que sobradamente un DON delante de su
nombre en mayúsculas. La conversación no fue especialmente interesante, hablamos
de la dureza de la subida, nos comentó como enviada nuestro frontales luminosos
(no era el único, claro) y que el suyo era grande pero que iluminaba poco aunque
a mi no me pareció de los peores ni mucho menos y es que a lo
mejor la edad
ya le estaba pasando alguna factura el bueno de DON
ENRIQUE.
En estas
estábamos cuando nos despedimos de el, tras atravesar subiendo un arroyuelo y
cuando le sacábamos unos escasos cinco metros, oímos a nuestras espaldas un
¡Huy! quejicoso que salía de la otrora joven garganta de DON ENRIQUE que pisó
mal al cruzar “el charco”, yo me giré raudo pensando que se había despeñado y
que me lo encontraría tirado en el suelo, pero nuestro noble adversario, curtido
en más batallas todavía que nosotros, respondió a mi pregunta de “¿está bien?”
con un rápido “si, es que con este frontal no se ve y he pisado mal en el
arroyo”. Ya más tranquilo tras oir su voz y al girarme para reanudar la marcha,
comprobé absorto como poderoso el haz de luz que brotaba de la cabeza de Capi se
había alejado varios metros de mi,
por lo que tuve que agilizar el ritmo para
volverle a coger y pregunté a mi fornido compañero el clásico: “tio, ¿no has
oído a DON ENRIQUE?” a lo que me contestó que claro que sí y que por eso después
de más de ochenta kilómetros sufriendo sus vejaciones adelantándonos una y otra
vez, encima solo le faltaba que se hubiese torcido un tobillo y tener que cargar
con el toda la subida que no era poca. Bien pensado, además de ser un poco
cabroncete, no le faltaba razón. Aquella sería la última vez que vimos a nuestro
querido DON
ENRIQUE al cual deseamos muchas fuerzas para venideras
cientouneras aventuras.
Comenzamos a descender por una baja fastidiada que
nos impidió correr y nos llevó a la localidad de Benaoján allá por el kilómetro
86 de la maratoniana prueba, donde ¡cómo no! estaba otro colega legionario de
Capi con el cual se paró a hablar un ratito, pero lo curioso de este
avituallamiento es que allí estaban dándonos viandas dos caballeros legionarios
que portaban gloriosos apellidos escritos con solemne letra militar al lado de
sus galones, el cabo 2º TORIJA (mira que es casualidad) y el ya no recuerdo si
era sargento o teniente POLAN ¡Coño, paisanos! pensé. Todo esto no quedó más que
en un espejismo
ya que rápidamente comenzamos la segunda ascensión que era
nueva en la prueba de los 101, lo que la convertía muy a nuestro pesar, en la
más dura (por el trazado, no por la climatología) de las 16 ediciones que se
habían celebrado hasta la fecha.
La segunda subida era angosta y estrecha, ni
tan siquiera cabíamos dos
personas en paralelo, el principio debía tener una
inclinación brutal que no me atrevo ni a calcular, igualita a la de la salida de
la localidad de Huerta del Cura (ver la segunda entrega), pero si jodida fue la
subida, peor fue la bajada o bajadas, ya que tras un pronunciado descenso
volvimos a subir otro poco para volver a bajar esta vez de verdad. Este descenso
nos debió pillar por el kilómetro 93 más o menos y yo no quería ni pensar cómo
debía de estar la uña de mi segundo dedo del pie derecho, la cual no paraba de
dolerme cada vez que avanzaba un paso con esa pierna.
Tras pasar por unos
pocos avituallamientos donde algún legionario estaba con la música a toda caña
para darnos ánimos y animarse ellos también, comenzamos la última subida de la
carrera, la famosa CUESTA DEL CACHONDEO. Sabiendo cómo se las gastan en
Andalucía, como se las gastaban en la carrera y además estando organizada por la
Legión, todo nos hacía presagiar que nada bueno nos aguardaba.
Efectivamente,
nuestros peores augurios se hicieron realidad y comenzamos a descender hasta
llegar a la altura del río Guadalevín lo que nos tenía bastantes mosqueados
puesto que nos encontrábamos en lo más profundo del denominado “Tajo de Ronda” y
nuestras cabezas se quedaban casi sin ángulo para alcanzar a ver en lo más alto
del rocoso tajo la deslumbrante villa de Ronda, ciudad sin par y cuna de
conquistadores. Para los que no hayáis tenido la fortuna de visitar la noble
villa, nada mejor que plasmar cuatro líneas de nuestra amada Wikipedia que la
describe a la perfección: “La ciudad se asienta sobre una meseta cortada por un
profundo tajo excavado por el río Guadalevín, al que asoman los edificios de su
centro histórico”, pues eso, que asoman a lo alto y nosotros a lo bajo, muy a lo
bajo oyendo el movimiento de las aguas del río en la noche
cerrada.
Comenzamos a ascender por una cuesta asfaltada de innombrable ángulo
de subida y por la cual podíamos caminar juntos y en paralelo a buen ritmo
todavía, más aun sabiendo que al final de la larga y empinada cuesta se
encontraba la tan ansiada meta. La verdad es que a pesar de la dureza no
recuerdo que se me hiciera excesivamente larga y así hasta llegar al último
tramo que nos daba paso a la cima. Decidimos seguir andando un poco para
recuperar aliento y antes de llegar al puente ya nos encontrábamos corriendo y
pasando a los últimos pobres diablos cientouneros que veíamos, aunque un par de
ellos decidieron pegarse a nosotros, pero ni Capi ni un servidor estábamos
dispuestos a compartir con nadie los aplausos de los escasos Rondeños que se
apostaban a los lados casi a las tres de la madrugada. Con una cómplice mirada
subimos el ritmo hasta unos espléndidos (para esas alturas de carrera) 4’45” y
tras unos metros nuestros acompañantes cedieron en su numantina resistencia,
dejándonos pasar en solitario a los dos y entrar por fin en la Alameda donde
tras entregar el pasaporte legionario para ser sellado por última vez, cruzamos
el arco de meta y nos fundimos (sin mariconadas, claro) en un abrazo que dio
paso a una tremenda alegría, y es que habíamos terminado la carrera en 16 horas
y 54 minutos a pesar de lo de Setenil. Posteriormente nos enteramos que hicimos
el puesto 789 de los 2098 corredores que consiguieron acabar la prueba.
Nada
más terminar nos impusieron nuestra más que sudadamente ganada medalla y por
supuesto la sudadera cientounera, codiciada prenda que indica que éramos unos
finisher en una carrera ultra. Posteriormente nos dirigimos hacia el banquete
que nos tenían preparados los amigos del tercio a base de pasta y creo recordar
que un filete algo resequillo de cerdo. Debido al parón nos quedamos un poco
helados a la vuelta, andando claro, al spa gimnasio para intentar dormir, por
lo que paramos en un bar a tomar un cafelito caliente y de nuevo vuelta al
spa.
Una vez hubimos llegado nos dirigimos a las duchas que ¡cómo nos
sentaron! después de haber mantenido la misma ropa durante casi 24 horas, y una
vez estuvimos limpitos, de nuevo a los sacos para dormir cinco
horillas.
ANEXO FINAL: Vamos que nos vamos y cómo nos vamos
señores.
Abrimos el primer ojo a las 9 de la mañana y a eso de las 9 y media
decidimos recoger un poco, cambiarnos e irnos a ver a nuestra amiga del bar de
la estación, para compensarla lo de los cruasanes calentitos del primer
capítulo.
Nos personamos como dos campeones ante la barra de la gentil moza
y
pedimos unas tostaditas tamaño industrial junto con un gran café con leche
para mojar nuestros selectos paladares, mientras tanto decidí ir a regar las
plantas del servicio de caballeros y allí, tras la barra, estaba la mesonera
haciéndome un marcaje con el rabillo del ojo para ver si tomaba la ruta
equivocada y volvía a intentar los de los cruasanes calentitos (aunque reitero
que lo del grafiti fue culpa del melenas que pasó antes que nosotros) pero no,
ella no sabía que yo no llevaba papel y no pensaba arriesgarme a llevar todos
los calzoncillos llenos de nicotina hasta Toledo, por lo que tome la senda
correcta y desagüé como mandan los cánones sin mayores problemas.
Después de
aquello volvimos al spa donde no quedaba casi nadie, por lo que hicimos algo de
tiempo hasta que nos marchamos a tomar unas cañitas por Ronda, ciudad sin par y
cuna de conquistadores, y por supuesto a comer a un italiano frecuentado por
Capi y Susana en sus años mozos y no tan mozos.
Tras comer, ver a Fernando
Alonso un rato en la tele y tomar café, de nuevo de vuelta al spapabellón (que
bien suena) a recoger, ahora si definitivamente, nuestras mochilas, las cuales
al ser las últimas que quedaban, nos las habían retirado a una esquina muy
cortésmente los caballeros legionarios, así que las cargamos a la espalda y
pusimos rumbo a la estación de trenes, donde tomamos otro cafelito mientras
seguíamos viendo la carrera de fórmula 1 y al ver que el cansancio se apoderaba
de nosotros, nos salimos a la sala de espera en donde pusimos las mochilas en el
suelo y conciliamos un poco el sueño, aunque no debió de ser tan poco porque
cuando abrimos los ojos de nuevo pudimos comprobar que la sala estaba llena a
rebosar, con niños jugando a nuestro alrededor, por lo que decidimos levantarnos
y permanecer el resto del tiempo sentados en el suelo hasta que llegó la hora de
situarnos en la fila que nos daba acceso a nuestro tren de vuelta, el cual nos
iba a trasladar entre ronquidos y coca-colas hasta nuestra amada Toledo, tras
transbordo en Madrid claro está.
Aunque un poco pesada, esta es la historia
de nuestra aventura de dos de la Puerta de Bisagra en los 101 de Ronda, bonita y
dura carrera que recomiendo a todo el mundo, puesto que a mi particularmente se
me hizo más duro el entrenamiento que la prueba en sí.
Para los que hayáis
aguantado hasta el final sin dormiros simplemente daros las gracias por leeros
esta mega crónica y permitidme daros un último consejo: nunca dejéis pasar a un
tío con melenas y vestido de corredor al servicio antes que vosotros u os
arrepentiréis.
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Torriator 2013
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